martes, 10 de abril de 2012

EL VUELO DE LAS PALABRAS

¿Qué son las palabras?

¿Hojas que se las lleva el viento?







Si fuera así.

¿Por qué motivo entonces, cuando la palabra vuela llevándoselas el viento, siempre termina llegando a ese alguien que se nombró en la conversación? 

¿Y por qué esas palabras, como por arte de magia, suelen llegar en forma de agravio?

¿Será por qué el viento se ha ocupado que sonaran así? Moviéndolas caprichosamente como si fueran hojas, alterándolas, y en consecuencia, al igual que las matemáticas, el orden del sentido, si altera el producto.

Pero el vuelo de las palabras no es igual en todos los casos.

Cuando decimos algo bueno de alguien, o sencillamente se lo decimos a la cara, esas mismas palabras, parecen no querer llegar nunca a su destino.

Incluso el oyente suele pensar; "Seguro que lo dice por quedar bien, para hacerme sentir mejor, porque es una persona encantadora, porque sus sentimientos son como los de un crío. Lo dice por agradar, pero es mentira."

Eso es lo que terminamos pensando y así evitamos que nos lleguen.

¿Por qué permitimos que las palabras que nos ofenden y duelen, sean verdad o no, incluso una vez arrancadas de donde han sido escritas, no desaparecen? 

Nos siguen afectando.

Si embargo, las que nos ayudan y nos hacen sentirnos bien, sencillamente las evitamos.

Está claro entonces que al contrario de lo que dice el dicho, las palabras no se las lleva el viento.

¿Qué pasa con ellas?

Guardamos las equivocadas, guardamos las que dicen mentiras de nosotros, guardamos las falsas, y rechazamos las verdaderas.

¿Cuando nos volvimos tan tontos?

Si a un niño le dices que es feo, este te mira de arriba a abajo, y te dice muy seguro de si mismo un rotundo NO.

Sin embargo si le dices lo guapo que está, sonreirá y te dará las gracias.

Creo que el problema radica en que por quedar bien decimos justo lo contrario de lo que muchas veces pensamos. Vemos en las palabras un espejo donde nos vemos retratados, unos nos hacen mas gordos, otros más delgados, unos más altos y otros más bajos. Pero no dejan de ser eso, un reflejo en que nos vemos a nosotros mismos.

Seamos sinceros con nosotros mismos, tengamos claro cual es nuestra imagen, guste o no. 

La imagen más auténtica es aquella en la que te sientes a gusto. Luego las palabras que sientas que reflejan eso, son los espejos donde realmente te ves bien como eres. Ergo, la persona que te las dice, realmente esta viendo como eres.

Las otras desechalas, son imágenes equivocadas de ti, ópticas defectuosas. ¿Para que las quieres si sabes que no son verdad?

Por lo tanto, demos también nuestra óptica, nuestras palabras más auténticas a los demás.

Y si sentimos entonces que las palabras que vayamos a decir van a doler, siempre tienes dos opciones:

Una es decirlas porque crees en ellas y asumir las consecuencias y la otra es callar.

Así ahora aprendo a decir la verdad.

De esta forma, ya no necesito la ayuda del alcohol para ser sincero. 

Expreso lo que siento porque eso es lo que soy. 

Lo digo o callo, pero cada día miento menos, guardo menos mentiras y atesoro más verdades.

Y al igual que con las palomas, ahora disfruto del el vuelo de las palabras.

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